viernes, 24 de junio de 2011

Piura: Guerra de fuego y agua



Piura: Guerra de fuego y agua
Nelson Peñaherrera Castillo
FACTORTIERRA.NET


Hace cientos de millones de años, sólo había agua. Cierto día, una masa ígnea fue imponiéndose y ganando nueva tierra al mar, y comenzó a elevarse altiva y violenta.

De pronto, no era un solo foco, sino varios a la vez, que construían tierra usando la piedra al rojo vivo.

El agua se había retirado y cedido su puesto al evidente ganador de esta batalla, que, a su vez, se doblaba y hundía, tratando de acomodarse, aunque esto no le diera la altura del resto de sus hermanos al norte, que continuaban forjándose a fuego, y al sur, que comenzaban a cuajarse como colosos.

Pero el agua no se daría por vencida. Preparó el contraataque desde el cielo, y se precipitó sobre la seca roca.

El milagro no tardó en ocurrir: briznas se abrían paso entre las rocas, tapizándolas de verde, y atrayendo más vida, pero evolucionando a un ritmo distinto, como no se vio en ninguna parte del planeta.

El agua parecía haber ganado, pues el fuego no volvió a manifestarse sobre esa superficie, ahora llena de bosques donde moraban infinidad de animales, así que, no queriendo dañar lo logrado, decidió atacar desde la profundidad más profunda, y comenzó a robar terreno al nuevo fondo de mar a punta de temblores y elevaciones. Lo consiguió. Esta vez, el agua no tenía la potencia para dar de beber a toda esa nueva tierra, salvo cada década cuando el mar le permitía ganar fuerza. Pero así es la vida: no siempre se puede ganar.

Como recuerdo de aquellas batallas, la mitad oriental se hizo agreste, vegetada y exuberante;  mientras tanto, la mitad occidental, era arenosa, plana y árida, a la que un compasivo mar bañaba en sus orillas. Cientos de millones de años después llegaron los humanos y la llamaron Piura.

La mitad del agua

Lo que mejor se conoce de esta tierra es el litoral. En los ‘80s y ‘90s, Colán era el balneario de preferencia de locales y foráneos, a pesar que Alfred Hemingway pugnaba contra merlines un centenar de kilómetros al norte.

Cerca de allí, en Tangarará, Sullana, los españoles ponían fin a siglos de culturas y contraculturas dependientes de la tierra, fundando la primera ciudad que llamó San Miguel.

La única reminiscencia española en Colán es la Iglesia de san Lucas, ubicada a un kilómetro de la playa, y aparentemente construida una década después de la llegada de Francisco Pizarro. Claro está, mucha de la construcción original ha desaparecido, pero es el primer monumento que se ve al llegar a este pacífico lugar al norte de la ciudad de Paita, que terminó por devaluarse cuando al inicio de la nueva década floreció Máncora, una antigua caleta de pescadores, y hoy el lugar más cosmopolita de la región.

El resto de la costa debió su prosperidad a su relativamente rápida conexión con Lima y al algodón.  Piura y Sullana competían por ser las mejores, dejándole a Paita, las sobras de ser el puerto de embarque de sus riquezas.

Piura es una ciudad colonial, construida luego de tres intentos fracasados de establecer a San Miguel, junto al antiguo río Lengash, o Piura, que sólo agarraba fuerza durante los meses de verano.

Sullana se arrimó  al Chira, , y usó antiguos sitios tallanes para establecer sus haciendas republicanas. La Reforma Agraria las arruinó pero dejó como legado la gran Represa de Poechos, que bajo su extenso espejo de agua oculta el cáncer de la sedimentación, que amenaza con volverla un elefante blanco.

A pesar de eso, continúa brindando el agua que ha permitido que la mitad más árida de Piura se vuelva en un manto verde gracias a la agricultura.

El litoral guarda otras riquezas. Bajo la superficie del mar, el banco de proteína más grande del Perú, aunque apenas se le aprecia en cebiche. En Sechura, están los manglares de San Pedro, donde los mariscos han comenzado a competir con el pescado, aunque, si se pide un mixto, es posible conciliarlos. Bajo el lecho marino, petróleo y gas que generaron una prosperidad poco aprovechada en Talara y ahora más al sur.

La última frontera robada  al mar es el Desierto de Sechura, guardado por el Macizo de Illescas, que se perfila como zona reservada, sólo igualada por los Cerros de Amotape, antiguas islas que compartimos con Tumbes, recuerdo de la vieja batalla de fuego y agua, hoy perfectamente engarzadas en la costa, tal como la silla de Paita.

Ya no hay manifestaciones de la furia de la roca fundida en Piura, sólo su recuerdo. La porción oriental de la región, a causa de esto, es la de mayor biodiversidad, pero la menos conocida.

El vulcanismo de hace millones de años  dejó la Cordillera de los Andes, y algunos montes aislados, conforme disminuye la altura, eso permite que sea la zona más fértil de la región, pero debido al relieve, la menos fácil de labrar, excepto el valle de San Lorenzo y el llamado Alto Piura, que propiamente hablando están en la planicie costera.

Aún así, la Naturaleza  dejó la vegetación que el agua arrancó a la roca en esas primeras batallas por la supremacía de los elementos., y labró profundos valles cuyas fuentes están en la parte más alta de la región, las Huaringas, que se originaron tras la última glaciación y se renuevan constantemente gracias a la doble humedad del Amazonas y del Pacífico, fenómeno sólo posible en Piura gracias a que los picachos no superan los cuatro mil metros de altura.

Los lugares más hermosos están acá, donde florecieron pueblos dispersos llamados “guayacundos”, que fueron conquistados por los Incas a menos de un siglo de correr la misma suerte a manos de los españoles.

Ayabaca, Pacaipampa, Chalaco, Huancabamba, Canchaque son destinos imperdibles, abisagrados a la costa por Chulucanas y Tambogrande, donde se puede gozar de un paisaje increíble, arte e historia que poco a poco se comienzan a descubrir.

A pesar que esta es la mitad del fuego, no se entiende si no fuera por el aporte del agua; pero si no se diera el relieve, quizás el agua sería imposible. Olvídense de qué es más importante, porque es una bizantinada. Sólo llega a Piura, elige tu mitad –o ambas- y regresa con las ganas de volver.




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