Si yo aconsejo, mi opinión puede estar teñida de mis
subjetividades, de mis conflictos no resueltos, de mis propias ansias, de mis
propias iras, de mis propios miedos.
Si yo aconsejo, podría influir en otra persona para que ésta
haga lo que yo haría, (inclusive lo que yo ni me atrevería a hacer).
Si yo aconsejo...
...Asumiría que la otra persona no ha pensado en todas las
soluciones posibles.
...O, que no se atreve (por temor) a solucionarlas.
...O, que en esencia no es capaz de solucionar sus problemas
por sí mismo.
Si yo aconsejo, entraría en juego psicológico donde yo
aparecería como "salvador" y la o el aconsejado aparecería como una
"víctima", y el problema como "el perseguidor".
Si yo aconsejo, hago las cosas fáciles al aconsejado
situándolo en una posición menos complicada. De este modo éste esperará que yo
tome las decisiones que no se atreve a tomar.
Y lo que es peor, cuando la persona hace lo que le aconsejé
podrá decirme:
a. Lo hice y salió mal por tu culpa.
b. No puedo hacerlo (generando malestar en todos y en mí)
c. Tengo otro problema ...¿qué hago?
Por eso, prefiero seguir la postura de Paulo Freire:
preguntar para desestructurar, cuestionarme, para sacar de mí los recursos
necesarios que me fortalezcan para superar mis límitaciones.
La única forma que salir de los problemas es hacer que las
personas se empoderen ante sí mismas y con valentía resuelvan sus dificultades.
La idea es hacer que cada persona sea capaz de de dibujar su
propio destino. Dejar de forjar "niños" para forjar
"adultos".
Ojalá sirva de algo esta reflexión y que las y los
amantes del "aconsejamiento" consideren con seriedad estas ideas.
Un abrazo
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